De cómo conocí al joven de las pompas gigantes de jabón y lo que acontenció
Permanecí frente a él durante horas. Observándole. Intentando descubrir su técnica. Los viandantes le miraban fascinados. Cuando llegó la hora del almuerzo, los curiosos empezaron a desaparecer. El joven que hacía pompas gigantes de jabón se me acercó. «¿Qué coño haces aquí todo el día?», me espetó. «Échame algo en el sombrero y vete». Le dije que era un contador de historias. Él suspiró: «¡Otro que se cree escritor!». Y empezó a divagar: «Casi todos los desquiciados de este país se empeñan en escribir un libro. Y los que no, se montan un bar y se creen que son Camarena». Le intenté replicar, explicarle que no era un escritor, sino un contador de historias. Pero me ignoraba. «Todos creemos que tenemos dentro un Michel Houellebecq y que vamos a escribir "Las partículas elementales"», sentenció.
Me acerqué hasta el sombrero del suelo y dejé caer un billete de diez. Como un mafioso engreído. El joven se…
Permanecí frente a él durante horas. Observándole. Intentando descubrir su técnica. Los viandantes le miraban fascinados. Cuando llegó la hora del almuerzo, los curiosos empezaron a desaparecer. El joven que hacía pompas gigantes de jabón se me acercó. «¿Qué coño haces aquí todo el día?», me espetó. «Échame algo en el sombrero y vete». Le dije que era un contador de historias. Él suspiró: «¡Otro que se cree escritor!». Y empezó a divagar: «Casi todos los desquiciados de este país se empeñan en escribir un libro. Y los que no, se montan un bar y se creen que son Camarena». Le intenté replicar, explicarle que no era un escritor, sino un contador de historias. Pero me ignoraba. «Todos creemos que tenemos dentro un Michel Houellebecq y que vamos a escribir "Las partículas elementales"», sentenció.
Me acerqué hasta el sombrero del suelo y dejé caer un billete de diez. Como un mafioso engreído. El joven se…